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martes, 30 de marzo de 2010

Últimos días de la vida de Jesús en la tierra. 14 de Nisán.


ES EL séptimo día del mes judío de Nisán del año 33 E.C. Imagínese que usted está observando lo que sucede en la provincia romana de Judea. Jesús y sus discípulos han salido de Jericó, una ciudad de exuberante vegetación, y suben con dificultad por un camino polvoriento y serpenteante. Como ellos, muchos viajeros más van rumbo a Jerusalén con ocasión de la celebración anual de la Pascua. Sin embargo, los discípulos de Cristo están pensando en algo más que en esta agotadora caminata.
Los judíos anhelan un Mesías que los libre del yugo romano. Muchos consideran que Jesús de Nazaret es ese Salvador por tanto tiempo esperado. Durante tres años y medio se ha dedicado a hablar del Reino de Dios. Ha curado a los enfermos y ha alimentado a los hambrientos. En efecto, ha consolado a la gente. Pero a los caudillos religiosos los irrita la dura denuncia que Jesús hace de ellos, y están desesperados por darle muerte. Aun así, allá va subiendo por el reseco camino delante de sus discípulos con aire resuelto (Marcos 10:32).
Mientras el Sol se pone detrás del monte de los Olivos, Jesús y sus compañeros llegan al pueblo de Betania, donde pasarán las siguientes seis noches. Allí los reciben sus amados amigos Lázaro, María y Marta. El fresco anochecer les alivia del calor del viaje y señala el inicio del sábado 8 de Nisán (Juan 12:1, 2).

9 de Nisán

Después del sábado, hay mucho movimiento en Jerusalén. Miles de visitantes ya han llegado a la ciudad para observar la Pascua. Pero hay más bullicio del acostumbrado en esta época del año. Multitudes curiosas caminan a toda prisa por las estrechas calles que conducen a las puertas de la ciudad. Cuando logran abrirse paso por las abarrotadas puertas, ¡qué vista les espera! Muchas personas, radiantes de alegría, vienen bajando del monte de los Olivos por el camino de Betfagué (Lucas 19:37). ¿Qué significa toda esta actividad?
Jesús entra en Jerusalén montado en un asno ¡Miren! Jesús de Nazaret viene montado sobre un pollino de asna. La gente tiende sus prendas de vestir en el camino delante de él, mece palmas recién cortadas y grita con gozo: “¡Bendito es el que viene en el nombre de Jehová, sí, el rey de Israel!” (Juan 12:12-15).
Al acercarse la multitud a Jerusalén, Jesús mira la ciudad y se conmueve profundamente. Se pone a llorar, y lo escuchamos predecir su destrucción. Cuando, poco después, llega al templo, enseña a las muchedumbres y sana a los ciegos y los cojos que acuden a él (Mateo 21:14; Lucas 19:41-4447).
Estos sucesos no pasan inadvertidos para los sacerdotes principales y los escribas. ¡Cómo los irrita ver las obras maravillosas de Jesús y el júbilo de las muchedumbres! Los fariseos, incapaces de ocultar su indignación, exigen: “Maestro, reprende a tus discípulos”. “Les digo —contesta Jesús—: Si estos permanecieran callados, las piedras clamarían.” Antes de irse, Jesús observa los tratos comerciales que se efectúan en el templo (Lucas 19:39, 40; Mateo 21:15, 16; Marcos 11:11).

10 de Nisán

Jesús vuelca las mesas de los cambistas del templo Jesús llega temprano al templo. Ayer, no pudo menos que indignarse al ver la flagrante comercialización de la adoración de su Padre, Jehová Dios. Con gran celo, pues, se pone a echar del templo a los que compran y venden en él. Luego vuelca las mesas de los avaros cambistas y los bancos de quienes venden palomas. “Está escrito —exclama Jesús—: ‘Mi casa será llamada casa de oración’, pero ustedes la hacen cueva de salteadores.” (Mateo 21:12, 13.)
Los sacerdotes principales, los escribas y los hombres más prominentes no soportan las acciones y la enseñanza pública de Jesús. ¡Cómo ansían darle muerte! Pero se retienen a causa de la muchedumbre, pues el pueblo está atónito ante su enseñanza y sigue “colgándose de él para oírle” (Lucas 19:47, 48). Al acercarse la noche, Jesús y sus compañeros disfrutan de la agradable caminata de regreso a Betania, donde descansarán hasta el día siguiente.

11 de Nisán

Temprano por la mañana, Jesús y sus discípulos ya están cruzando el monte de los Olivos camino a Jerusalén. Cuando llegan al templo, los sacerdotes principales y los ancianos no tardan en desafiar a Jesús. Recuerdan bien lo que hizo a los cambistas y comerciantes en el templo. Sus enemigos preguntan con malevolencia: “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad?”. “Yo, también, les preguntaré una cosa —responde Jesús—. Si me la dicen, yo también les diré con qué autoridad hago estas cosas: El bautismo por Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres?” Los opositores consultan entre sí en voz baja, razonando: “Si decimos: ‘Del cielo’, nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creyeron?’. Sin embargo, si decimos: ‘De los hombres’, tenemos la muchedumbre a quien temer, porque todos tienen a Juan por profeta”. Perplejos, contestan débilmente: “No sabemos”. Jesús responde con calma: “Tampoco les digo yo con qué autoridad hago estas cosas” (Mateo 21:23-27).

“Una cueva de salteadores”

A JESÚS le sobraban razones para decir que aquellos comerciantes avariciosos habían transformado el templo de Dios en “una cueva de salteadores” (Mateo 21:12, 13). A fin de pagar el tributo del templo en la moneda debida, los judíos y los prosélitos procedentes de otras tierras habían de cambiar su dinero extranjero. En su libro La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, Alfred Edersheim explica que los cambistas solían abrir sus puestos por todo el país el 15 de Adar, un mes antes de la Pascua. A partir del 25 de Adar, se trasladaban al recinto del templo de Jerusalén para aprovecharse de la enorme afluencia de judíos y prosélitos. Los tratantes tenían un negocio floreciente, pues cobraban una comisión por cada moneda que cambiaban. El que Jesús los llamara salteadores deja entrever que sus comisiones eran tan cuantiosas que en la práctica estaban robando a los pobres.
Algunos no podían llevar sus propios animales para sacrificio, y los que lo hacían tenían que presentarlos ante un inspector en el templo para que los examinara, pagando una cantidad. Para no arriesgarse a que se rechazara el animal tras haberlo acarreado desde lejos, muchos compraban a los comerciantes corruptos del templo uno “aprobado” levíticamente. “A más de un pobre aldeano lo desplumarían allí a conciencia”, dice un historiador.
Existen pruebas de que en un tiempo el sumo sacerdote Anás y su familia tuvieron intereses creados en relación con los comerciantes del templo. Los escritos rabínicos hablan de “los bazares de los hijos de Anás” allí establecidos. Las sumas que percibían de los cambistas y de la venta de animales en los terrenos del templo eran una de sus principales fuentes de ingresos. Un biblista comenta que el acto de Jesús de desalojar a los comerciantes “fue no sólo dirigido contra el prestigio de los sacerdotes, sino también contra sus bolsillos”. Sea como fuere, sin duda sus enemigos deseaban eliminarlo (Lucas 19:45-48).
Los enemigos de Jesús tratan ahora de entramparlo logrando que diga algo por lo cual puedan hacer que se le arreste. “¿Es lícito —preguntan— pagar la capitación a César, o no?” “Muéstrenme la moneda de la capitación”, replica Jesús, y pregunta: “¿De quién es esta imagen e inscripción?”. “De César”, responden. Jesús los deja frustrados al decir con claridad a oídos de todos los presentes: “Por lo tanto, paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios” (Mateo 22:15-22).
Habiendo silenciado a sus enemigos con una argumentación irrefutable, Jesús pasa a la ofensiva ante las muchedumbres y sus discípulos. Escúchele denunciar sin temor a los escribas y fariseos. “No hagan conforme a los hechos de ellos —advierte—, porque dicen y no hacen.” Pronuncia con denuedo una serie de ayes sobre ellos y los denuncia como guías ciegos e hipócritas. “Serpientes, prole de víboras —dice Jesús—, ¿cómo habrán de huir del juicio del Gehena?” (Mateo 23:1-33.)
El que Jesús haga estas duras denuncias no significa que pase por alto las cualidades positivas de otras personas. Más tarde, ve a la gente echando dinero en las alcancías del templo. ¡Qué conmovedor es observar a una viuda necesitada dar todo su medio de vida: dos monedas pequeñas de muy poco valor! Enternecido, Jesús señala que, de hecho, ella ha dado mucho más que todos los que han echado grandes contribuciones “de lo que les sobra”. En su honda compasión, Jesús concede gran valor al esfuerzo de quien hace todo lo que está a su alcance (Lucas 21:1-4).
Jesús ahora sale del templo por última vez. Algunos de sus discípulos comentan sobre la magnificencia de este, que está “adornado de piedras hermosas y cosas dedicadas”. Para la sorpresa de ellos, Jesús declara: “Vendrán los días en que no se dejará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada” (Lucas 21:5, 6). Mientras salen de la atestada ciudad siguiendo a Jesús, los apóstoles se preguntan qué habrá querido decir con estas palabras.
Pues bien, un poco más tarde, Jesús y sus apóstoles se sientan y disfrutan de la paz y tranquilidad del monte de los Olivos. Mientras contemplan la magnífica vista de Jerusalén y el templo, Pedro, Santiago, Juan y Andrés procuran que Jesús les aclare su asombrosa predicción. “Dinos —solicitan—: ¿Cuándo serán estas cosas, y qué será la señal de tu presencia y de la conclusión del sistema de cosas?” (Mateo 24:3; Marcos 13:3, 4.)
En respuesta, el Gran Maestro da una profecía verdaderamente notable. Vaticina guerras a gran escala, terremotos, escaseces de alimento y plagas. Además, predice que las buenas nuevas del Reino se predicarán por toda la Tierra. “Entonces —advierte— habrá gran tribulación como la cual no ha sucedido una desde el principio del mundo hasta ahora, no, ni volverá a suceder.” (Mateo 24:7, 1421; Lucas 21:10, 11.)
Los cuatro apóstoles escuchan atentamente mientras Jesús explica otras facetas de ‘la señal de su presencia’. Recalca la necesidad de ‘mantenerse alerta’. ¿Por qué? “Porque —dice— no saben en qué día viene su Señor.” (Mateo 24:42; Marcos 13:33, 3537.)
Este ha sido un día inolvidable para Jesús y sus apóstoles. Es, de hecho, el último día del ministerio público de Jesús antes de su arresto, juicio y ejecución. Puesto que se hace tarde, regresan a la cercana Betania, situada al otro lado de la colina.

12 y 13 de Nisán

Jesús pasa el 12 de Nisán con tranquilidad en compañía de sus discípulos. Es consciente de que los guías religiosos ansían con desesperación darle muerte, y no desea que interfieran con la celebración de la Pascua la noche siguiente (Marcos 14:1, 2). Al día siguiente, el 13 de Nisán, la gente está ocupada haciendo los preparativos finales para la Pascua. En las primeras horas de la tarde, Jesús envía a Pedro y a Juan a poner todo en condiciones para la Pascua, que observarán en un cuarto superior de Jerusalén (Marcos 14:12-16; Lucas 22:8). Poco antes del atardecer, Jesús y los otros diez apóstoles se reúnen con ellos allí para su última celebración de la Pascua.

14 de Nisán, después de la puesta del Sol

Jesús lava los pies de sus discípulos Una delicada penumbra envuelve Jerusalén al atardecer, cuando la luna llena empieza a elevarse por encima del monte de los Olivos. En un cuarto grande amueblado, Jesús y los doce están reclinados a una mesa preparada. “En gran manera he deseado comer con ustedes esta pascua antes que sufra”, dice Jesús (Lucas 22:14, 15). Después de un rato, a los apóstoles les sorprende verlo levantarse y poner a un lado sus prendas exteriores. Toma una toalla y una palangana con agua y se pone a lavarles los pies. ¡Qué lección más inolvidable de servicio humilde! (Juan 13:2-15.)
Sin embargo, Jesús sabe que uno de estos hombres, Judas Iscariote, ya ha quedado en traicionarlo a los guías religiosos. Como es comprensible, se aflige mucho. “Uno de ustedes me traicionará”, revela. Los apóstoles se contristan mucho por ello (Mateo 26:21, 22). Después de la celebración de la Pascua, Jesús dice a Judas: “Lo que haces, hazlo más pronto” (Juan 13:27).
Una vez que Judas se ha ido, Jesús instituye una cena para conmemorar su inminente muerte. Toma un pan sin levadura, ofrece una oración de gracias, lo parte y dice a los once que coman de él. “Esto significa mi cuerpo —dice— que ha de ser dado a favor de ustedes. Sigan haciendo esto en memoria de mí.” Entonces toma una copa de vino tinto y, después de decir una bendición, se la pasa a ellos y les dice que beban de ella. Luego agrega: “Esto significa mi ‘sangre del pacto’, que ha de ser derramada a favor de muchos para perdón de pecados” (Lucas 22:19, 20; Mateo 26:26-28).
Esa noche trascendental, Jesús enseña a sus apóstoles fieles muchas lecciones valiosas, entre ellas la importancia del amor fraternal (Juan 13:34, 35). Les asegura que recibirán un “ayudante”, el espíritu santo, el cual les hará recordar todas las cosas que él les ha dicho (Juan 14:26). Más tarde esa misma noche, sin duda se sienten muy animados al escuchar a Jesús orar por ellos con devoción (Juan, cap. 17). Después de entonar canciones de alabanza, salen del cuarto superior y siguen a Jesús en aquella noche fresca y ya avanzada.
Jesús ora encarecidamente a Dios Jesús y sus apóstoles cruzan el valle de Cedrón rumbo a uno de sus lugares preferidos, el jardín de Getsemaní (Juan 18:1, 2). Mientras los apóstoles esperan, Jesús se aleja un poco a fin de orar. No puede describirse con palabras la tensión emocional que siente al elevar a Dios una encarecida petición de ayuda (Lucas 22:44). Le es sumamente angustiante tan solo pensar en el oprobio que acarrearía a su amado Padre celestial si fallara.
Casi inmediatamente después de que Jesús concluye su oración, llega Judas Iscariote acompañado de una muchedumbre que lleva espadas, garrotes y antorchas. “¡Buenos días, Rabí!”, dice Judas, besándolo tiernamente. Esta es la señal para que los hombres arresten a Jesús. De pronto, Pedro empuña la espada y le corta una oreja al esclavo del sumo sacerdote. “Vuelve tu espada a su lugar —dice Jesús mientras sana la oreja del hombre—, [...] todos los que toman la espada perecerán por la espada.” (Mateo 26:47-52.)
Jesús enfrenta cargos por blasfemia ¡Todo sucede con tanta rapidez! Se arresta y se ata a Jesús. Los apóstoles, temerosos y confundidos, abandonan a su Amo y huyen. A Jesús se le lleva ante Anás, el anterior sumo sacerdote, y luego ante Caifás, el sumo sacerdote actual, para someterlo a juicio. A primeras horas de la mañana, el Sanedrín presenta falsos cargos de blasfemia contra Jesús. Luego Caifás hace que lo lleven ante el gobernador romano Poncio Pilato. Este lo envía a Herodes Antipas, el gobernante de Galilea, quien, junto con sus guardias, se burla de él y lo envía nuevamente a Pilato. Este confirma su inocencia, pero los caudillos religiosos lo presionan para que condene a Jesús a muerte. Después de someterlo a mucho maltrato verbal y físico, llevan a Jesús al Gólgota, donde se le clava sin misericordia a un madero de tormento, en el cual sufre una muerte sumamente dolorosa (Marcos 14:5015:39; Lucas 23:4-25).
Esta habría sido la mayor tragedia de la historia si la muerte de Jesús hubiera puesto fin permanente a su vida. Felizmente, tal no fue el caso. El 16 de Nisán de 33 E.C., sus discípulos quedaron atónitos al descubrir que se le había levantado de entre los muertos. Con el tiempo, más de quinientas personas comprobaron que estaba vivo de nuevo. Además, transcurridos cuarenta días a partir de su resurrección, un grupo de seguidores fieles lo vio ascender al cielo (Hechos 1:9-11; 1 Corintios 15:3-8).

La vida de Jesús y usted

¿Qué incidencia tienen en usted y, de hecho, en todos nosotros, estos sucesos? Pues bien, el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús ensalzan a Jehová Dios y son fundamentales en el desenvolvimiento de su gran propósito (Colosenses 1:18-20). Son de vital importancia para nosotros, ya que, sobre la base del sacrificio de Jesús, podemos recibir el perdón de nuestros pecados y, por consiguiente, disfrutar de una relación personal con Jehová Dios (Juan 14:6; 1 Juan 2:1, 2).
Hasta los muertos reciben beneficios. La resurrección de Jesús hace posible que se les traiga de nuevo a la vida en el prometido Paraíso terrenal de Dios (Lucas 23:39-43; 1 Corintios 15:20-22). Si usted desea saber más acerca de tales asuntos, lo invitamos a asistir a la Conmemoración de la muerte de Cristo el 30 de marzo de 2010, en un Salón del Reino de los Testigos de Jehová de su localidad.


Publicado en La Atalaya del 15 de marzo de 1998
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http://www.watchtower.org/s/19980315/article_01.htm


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LECTURA SUGERIDA para el 14 de Nisán

Juan 19:1-42

"..1 Por lo tanto, en aquel momento Pilato tomó a Jesús y lo azotó. 2 Y los soldados entretejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza y lo vistieron con una prenda de vestir exterior de púrpura; 3 y empezaron a acercarse a él y decir: “¡Buenos días, rey de los judíos!”. También, le daban bofetadas. 4 Y Pilato salió fuera otra vez y les dijo: “¡Vean! Se lo traigo fuera para que sepan que no hallo en él ninguna falta”. 5 Por consiguiente, Jesús salió fuera, llevando la corona espinosa y la prenda de vestir exterior de púrpura. Y [Pilato] les dijo: “¡Miren! ¡El hombre!”. 6 Sin embargo, cuando los sacerdotes principales y los oficiales lo vieron, gritaron, y dijeron: “¡Al madero [con él]! ¡Al madero [con él]!”. Pilato les dijo: “Tómenlo ustedes mismos y fíjenlo en el madero, porque yo no hallo en él falta alguna”. 7 Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y según la ley debe morir, porque se hizo hijo de Dios”.

8 Por eso, cuando Pilato oyó este dicho, tuvo mayor temor; 9 y entró otra vez en el palacio del gobernador y dijo a Jesús: “¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta. 10 Así que Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para ponerte en libertad y tengo autoridad para fijarte en un madero?”. 11 Jesús le contestó: “No tendrías autoridad alguna contra mí a menos que te hubiera sido concedida de arriba. Por eso, el hombre que me entregó a ti tiene mayor pecado”.

12 Por esta razón Pilato siguió buscando cómo ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaron, diciendo: “Si pones en libertad a este, no eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César”. 13 Por eso Pilato, después de oír estas palabras, sacó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal en un lugar llamado El Empedrado, pero, en hebreo, Gáb·ba·tha. 14 Era, pues, la preparación de la pascua; era como la hora sexta. Y dijo a los judíos: “¡Miren! ¡Su rey!”. 15 Sin embargo, ellos gritaron: “¡Quíta[lo]! ¡Quíta[lo]! ¡Al madero con él!”. Pilato les dijo: “¿A su rey fijo en un madero?”. Los sacerdotes principales contestaron: “No tenemos más rey que César”. 16 Por lo tanto, en aquel momento él se lo entregó a ellos para que fuera fijado en un madero.

Entonces se encargaron de Jesús. 17 Y, cargando el madero de tormento para sí mismo, él salió al llamado Lugar del Cráneo, que en hebreo se llama Gólgota; 18 y allí lo fijaron en el madero, y con él a otros dos [hombres], uno de este lado y uno de aquel, pero a Jesús en medio. 19 Pilato escribió un título también y lo puso sobre el madero de tormento. Estaba escrito: “Jesús el Nazareno el rey de los judíos”. 20 Muchos de los judíos, pues, leyeron este título, porque el lugar donde Jesús fue fijado en el madero estaba cerca de la ciudad; y estaba escrito en hebreo, en latín, en griego. 21 Pero los sacerdotes principales de los judíos empezaron a decir a Pilato: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino que él dijo: ‘Soy rey de los judíos’”. 22 Pilato contestó: “Lo que he escrito, he escrito”.

23 Entonces, cuando los soldados hubieron fijado a Jesús en el madero, tomaron sus prendas de vestir exteriores e hicieron cuatro partes, para cada soldado una parte, y la prenda de vestir interior. Pero la prenda de vestir interior era sin costura, pues era tejida desde arriba toda ella. 24 Por eso se dijeron unos a otros: “No la rasguemos, sino que por suertes sobre ella decidamos de quién será”. Esto fue para que se cumpliera la escritura: “Repartieron entre sí mis prendas de vestir exteriores, y sobre mi vestidura echaron suertes”. Y así los soldados realmente hicieron estas cosas.

25 Junto al madero de tormento de Jesús, pues, estaban de pie su madre y la hermana de su madre; María la esposa de Clopas, y María Magdalena. 26 Entonces Jesús, al ver a su madre y al discípulo a quien él amaba, de pie allí cerca, dijo a su madre: “Mujer, ¡ahí está tu hijo!”. 27 Entonces dijo al discípulo: “¡Ahí está tu madre!”. Y desde aquella hora el discípulo la llevó consigo a su propio hogar.

28 Después de esto, cuando Jesús supo que ya todas las cosas se habían realizado, para que se realizara la escritura, dijo: “Tengo sed”. 29 Había allí un vaso lleno de vino agrio. Por tanto, pusieron una esponja llena de vino agrio sobre [una caña de] hisopo y se la acercaron a la boca. 30 Pues bien, cuando hubo recibido el vino agrio, Jesús dijo: “¡Se ha realizado!”, e, inclinando la cabeza, entregó [su] espíritu.

31 Entonces los judíos, puesto que era la Preparación, a fin de que los cuerpos no permanecieran en los maderos de tormento en el sábado (porque era grande el día de aquel sábado), solicitaron de Pilato que se les quebraran las piernas y fueran quitados los [cuerpos]. 32 Vinieron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primer [hombre], y las del otro que había sido fijado en un madero con él. 33 Pero al venir a Jesús, como vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas. 34 No obstante, uno de los soldados le punzó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. 35 Y el que [lo] ha visto ha dado testimonio, y su testimonio es verdadero, y ese hombre sabe que dice cosas verdaderas, para que ustedes también crean. 36 De hecho, estas cosas sucedieron para que se cumpliera la escritura: “Ni un hueso de él será quebrantado”. 37 Y, de nuevo, una escritura diferente dice: “Mirarán a Aquel a quien traspasaron”.

38 Entonces, después de estas cosas, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secreto por [su] temor a los judíos, solicitó de Pilato que le permitiera llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato le dio permiso. Por lo tanto vino y se llevó el cuerpo. 39 También Nicodemo, el hombre que la primera vez vino a él de noche, vino trayendo un rollo de mirra y áloes, como cien libras [de ello]. 40 De modo que ellos tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con las vendas con especias, así como tienen costumbre los judíos de preparar para el entierro. 41 A propósito, había un huerto en el lugar donde él había sido fijado en el madero, y en el huerto una tumba conmemorativa nueva, en la cual nadie todavía había sido puesto. 42 Allí, pues, a causa de la preparación de los judíos, pusieron a Jesús, porque la tumba conmemorativa estaba cerca.."


 

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